Por qué educamos en casa

Educar en el hogar era algo de lo que había oído pero no era una opción que había considerado para mi vida… hasta que tuve hijos y comenzamos a buscar escuelas.

Nuestra primera experiencia con la escuela no fue muy grata. Inscribimos a mi niño mayor (de 3 años en ese tiempo)  a un colegio Montessori con mi idea de que fuera una especie de transición de la casa a la escuela, incluso le llaman “Casa de Niños” ¿qué podría estar mal?.  Pues no fue bueno para nosotros. Noté que mi niño comenzó a morderse las uñas al grado de que las tenía a la mitad de lo que eran originalmente, nunca me platicaba nada de lo que hacía en la escuela (a pesar de mis esfuerzos por saberlo) y muchos pequeños detalles más. A los 3 meses de estar asistiendo aproximadamente, fue su turno para la Clase Abierta, en donde los padres podíamos estar presentes en su mañana de trabajo y verlo “en acción”. Noté que Z se veía inseguro, viendo de forma temerosa a su “Guía”. Después tuvimos una reunión con la “Guía” y la directora de la escuela quienes nos entregaron un reporte donde la conclusión era que mi hijo estaba “muy mal” y necesitaba “ayuda extra” (reporte contrario totalmente al que nos entregaba la maestra de inglés en forma escrita). Escuchamos todo, estuve reflexionando un poco y en la noche le dije a mi esposo que no quería que mi hijo volviera a esa escuela, era evidente que él no estaba contento, que no había logrado “adaptarse” y ¡era solo un chiquito! Buscamos otra escuela cercana y lo inscribimos ahí. Las cosas fueron mejor, el niño se veía más relajado y contento. Entonces decidimos que nuestro segundo hijo también fuera, él apenas tenía 2 años y 2 meses, pero como yo tenía bebé en casa, consideraba que era buen momento (para mí, claro está). Su primera semana lloró y gritó cuanto pudo (¡y vaya que puede!).  Pasado ese tiempo se acostumbró y las cosas iban bien. Sin embargo mi esposo no estaba muy convencido de la educación que estaban recibiendo nuestros hijos, ya que era una lucha el tratar de enseñarles una cosa en casa el fin de semana mientras estaban con nosotros, y que fueran entre semana a la escuela a “des-aprender”. Fue entonces que él me preguntó, ¿y si educamos en casa? Mi respuesta inmediata fue ¡No!¡ Eso es para gente rara! (supongo que me consideraba gente normal, ja ja). Sin embargo se me quedó la idea en la mente y comencé a investigar por Internet. Encontré mucha información de Homeschool en inglés, pero casi nada en español. Fue entonces que di con el sitio de El Hogar Educador, ministerio de la familia Richardson en México. Decidí suscribirme a su revista, que recibí un mes después. Dios me habló con los artículos que leí, además de muchas cosas pequeñas que fueron sucediendo en un período de 3 ó 4 meses, incluyendo un poema que vi pegado en el boletín de la escuela, un poema dedicado a la maestra como parte de la celebración del día del maestro, en donde decía (parafraseando) que la maestra…”cura mis heridas cuando caigo, juega y me abraza, me enseña a cantar… es como una segunda madre”. ¡Definitivamente Dios sabe como hablarme! De inmediato me hizo reflexionar, ¿por qué mis hijos van a tener una segunda madre? ¿qué no tienen ya a su verdadera madre? ¿entonces cuál es mi papel? ¿quién se va a ganar los pequeños corazones de mis hijos? Ahora mi única duda era sobre los resultados de educar en casa, y no tanto en cuanto a las estadísticas y ventajas académicas, hay muchos estudios y casos en los Estados Unidos en donde está demostrada la efectividad de la educación en casa en estos aspectos. Mi duda era mas bien: ¿qué opinan quienes han sido educados en casa? ¿estarán contentos? ¿tendrán una vida “normal”? ¿se habrán podido “adaptar a la vida real” después de salir de la burbuja? ¿Y mis hijos, con quién van a convivir? ¡Van a crecer muy solitos…! ¡Ah, las cosas que uno piensa!, no sé si reír o llorar ja ja, mejor me río. Muy decidida a encontrar respuesta a mis incógnitas le dije a mi esposo que todo se muy veía bien aparentemente pero yo quería ver, y si era posible, hablar con alguien que hubiera sido educado en casa. Entonces decidimos ir a la Conferencia de EHE que ese año iba a ser en Agosto en Saltillo, Coah. Fue lo mejor que pudimos hacer. La primera mañana al ir saliendo de la habitación del hotel  había un par de niños de entre 6 y 8 años esperando a sus papás y sonrientes nos dieron los buenos días. Mi esposo me dijo: “Cuando llevaba a Z al Montessori yo llegaba y decía buenos días, pero ninguno de los adultos que estaban ahí, dejando también a sus hijos, respondía. Se quedaban en completo silencio ¡que contraste!”. Al llegar al lugar donde iban a ser las conferencias, había cientos –¡cientos!– de personas en ese lugar, entonces me pregunté, ¿y toda esta gente en dónde está? ¿dónde vive? (ahora sé que en el norte de México, principalmente). Yo pensaba que la educación en casa en México era prácticamente inexistente. Después, mientras nos registrábamos, vimos a jóvenes atendiendo el registro. Eran jóvenes activos, sonrientes, entusiastas, vestidos de forma apropiada y con modestia.  Fue mucho el contraste con los jóvenes que se ven en nuestros días, no solo en las calles y escuelas, sino en ocasiones hasta en nuestras iglesias tristemente. Comenzaron las conferencias en donde una y otra vez Dios nos confirmaba su llamado a educar en casa. Niños desconocidos que venían a saludar a los nuestros, quienes solo se agachaban con pena, y yo pensaba ¿qué no se supone que mis hijos son los que han “socializado” en la escuela y estos otros niños son los que viven en “la burbuja”? Fue una buena demostración para mí de lo equivocada que es esa idea.  Regresamos convencidos de que era la forma en que debíamos criar a nuestros hijos y llevamos 5 años hasta ahorita haciéndolo, por la gracia de Dios.

Tengo una convicción, que creo comparto con otros papás y mamás: Educar en casa es un llamado que Dios ha puesto en el corazón de los padres. Si Dios lo ha puesto en tu corazón, te animo a que seas obediente, será lo mejor para ti y para tus hijos. Hay muchos temores y dudas al comenzar pero Dios es bueno y te va dando las respuestas y la ayuda. Él no necesita que seamos perfectos, pero sí que seamos obedientes.

 “El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” Malaquías 4:6a”